jueves, 3 de agosto de 2017

EL TÍO DEL HUMO

            Una calurosa tarde de finales del mes de agosto, entre la chicharra y el penetrante olor a tomillo, el Mateo, el José y el Gainza, venían dichosos haciendo equilibrios por encima de los raíles del ferrocarril, mientras cantaban una conocida canción popular:
                                   “El trigo entre todas las flores,
                                   ha escogido a la amapola
                                   y yo escojo a mi Dolores,
                                   Dolores, Lolita, Lola,
                                   y yo,...”
            De pronto, la tonada fue interrumpida por el amenazador silbido de un pedrusco que sobrevolaba sus cabezas, a la vez que un individuo cuarentón y mal encarado, aparecía de entre las cercanas higueras recargando su honda y profiriendo insultos.
-Humo, humo de aquí desmayados, golfos, sinvergüenzas,...
-Es el Tío del Humo, vámonos corriendo.
Dibujo: Francisco Atanasio Hernández
            Los críos se dieron a correr como sólo ellos bien sabían, hasta ponerse fuera del alcance de los proyectiles que les lanzaba el dueño del higueral.
-Ah, ah, ah, pero qué le hemos hecho nosotros a ese tío, ni que la vía fuera de él.
-¿Lo corremos con las hondas Gainza?
-No, esperad, tengo una idea mejor. José, vas a ir al pueblo y te vas a traer a todos los zagales que puedas, que esta vez se va  a enterar con quién se juega los cuartos ese tío desgraciado.
            Ya se preparaba el José para cumplir la orden cuando el Mateo gritó con verdadero entusiasmo.
            -¡Mira Gainza, van al campo a jugar al fútbol, los llamo!
            -Pues claro hombre, a qué esperas.
            -Eh, eh, venid aquí.
            El grupo ocasional de futbolistas observó que les llamaban y sin saber más salió en tropel hacia aquellos en una carrera de competición.
            -He ganado yo, he ganado yo - llegó gritando el Lobote.
            -Bueno, ¿qué pasa, para qué nos habéis llamado?
       -Escucha Nazario, el caso es que, queremos darle una lección al Tío del Humo, porque siempre que nos ve pasar por la vía nos corre a pedradas, y que yo sepa la vía no es de él, así que como ahora mismo acaba de apedrearnos sin ninguna razón, hemos pensado buscar refuerzos y entre todos enseñarle que por ahí podemos pasar siempre que nos dé la gana. ¿Queréis ayudarnos, o no?
       -Yo creo que sí, que estamos todos dispuestos a sumarnos al combate, porque conmigo no hay ningún cagueta, ¡a que sí! - gritó el Nazario.
-¡Sííí! - gritaron todos a una.
-Ahora Gainza, explícanos tu plan.
Higuera verdal y fruto. Fotos: Francisco Atanasio Hernández
            -Es una operación muy sencilla, como podéis ver, las higueras están en un bancal de forma rectangular, bastante  grande, de manera que creo que es imposible que una sola persona controle los cuatro lados del bancal al mismo tiempo. Pues bien, si ahora nos dividimos en cuatro grupos y cada uno de ellos se sitúa en uno de los lados del bancal, y cuando yo dé la señal, uno de los grupos se lanza al asalto por la parte que se le asigne gritando muy fuerte, el tío del Humo se dispondrá a repelerlos a toda prisa.
-¡Yo el primero! ¡yo el primero! - gritaron varios a la vez.
-Vamos muchachos, vamos, dejadlo que continúe - reclamó el Nazario.
-Venga hombre, que sigo y enseguida acabo. En cuanto los nuestros emprendan la retirada, los otros tres grupos, al mismo tiempo, nos lanzamos al ataque por los lados asignados, y cuando el tío del Humo vuelva atrás y se dirija hacia otro grupo, de inmediato volverá a las higueras el grupo que se había retirado, y sólo huirá del bancal aquel grupo al que el Tío del Humo esté dirigiendo sus iras, de manera que siempre habrá en el bancal tres grupos comiendo higos, y así hasta que nos cansemos. Ahora bien, como de lo que se trata es de darle una corrida sonada, además de comernos los higos, tenemos que hacer todo el ruido que podamos, y tenemos que gritar como si fuésemos indios de verdad que atacamos a los yanquis. ¿Qué os parece, eh?
-Macanudo - dijo el Nazario, sin poder contenerse.
-Vale, vale, vamos a quitarle los verdales al Tío del Humo. Con lo güenos que están los verdales ya me relamo de gusto - replicó el Qué Güenas.
            -Un momento, un momento, si estamos todos de acuerdo vamos a dividirnos en grupos. En total somos diecisiete, por lo que podemos formar tres grupos de cuatro y uno de cinco. Así que, el José elige a tres y se sitúan en la parte de la carretera. El Mateo escoge a otros tres y se colocan en la parte derecha del lugar que ocupa el José. Nazario, tú, si te parece bien, coges a cuatro de los tuyos y ocupáis este lado de la rambla, donde ahora mismo estamos, y yo, iré con el resto a situarnos en la parte de la vía.
            -Ah, una cosa más, el primer grupo en atacar será el del Mateo, cuando yo haga la señal. Está claro, o tengo que repetirlo.
-¡Sííí!
-Pues en marcha y cada uno a su sitio.
Vías del tren y CLH al fondo. Fotos: Francisco Atanasio Hernández
            Aquel pequeño pero belicoso ejército se puso en marcha con disciplina castrense, cada cual sabía hacia qué posición estratégica se tenía que dirigir y cuándo y de qué manera debía entrar en acción.
            Una vez situado cada pelotón en su lugar asignado, el Gainza iba a ser quien llevara la dirección de la batalla, por eso había elegido la parte de la vía, porque desde allí podía ver a los otros tres grupos y dirigirlos.
            El ejército estaba preparado, la batalla iba a comenzar enseguida, el Gainza, echó una rápida mirada a los grupos y se llevó la mano derecha a la boca e introduciendo los dedos en ella emitió un estruendoso silbido, a la vez que con la izquierda daba la señal de ataque al grupo del Mateo.
            Como un vendaval, el Mateo y los suyos, se introdujeron rápidamente en el higueral profiriendo gritos como los indios americanos. El Tío del Humo, alarmado, salió del barracón y cuando les echó el ojo encima ya estaban todos enganchados a las higueras. Con la mayor rapidez que pudo se lanzó hacia los críos hecho un basilisco, a la vez que cargaba la honda y la disparaba con manifiesta indignación. Los críos a su vez, en cuanto le vieron asomar comenzaron la retirada rápidamente para ponerse fuera del alcance de los proyectiles.
            Y cuando ya creía que había conseguido repeler la agresión de los chiquillos, de pronto escuchó a sus espaldas el fuerte griterío con que anunciaban su ataque los otros tres pelotones y se dio la vuelta a la máxima velocidad posible dirigiendo sus coléricos pasos hacia el grupo del Gainza, que pronto se puso en retirada, ocasión que aprovechó el grupo del Mateo para volver a introducirse en las higueras. Como quiera que el grupo del Nazario había sido también avistado, el Tío del Humo, dirigió entonces sus iras contra éstos, oportunidad que rápidamente supieron aprovechar los  del Gainza para volver al  higueral. Estaba persiguiendo al Nazario y los suyos cuando vio a los del José, y en tanto aquéllos huían, se dirigió a por este último grupo localizado, el cual  emprendió la huida velozmente bajo los atropellados proyectiles de piedra que el Tío del Humo les lanzaba, mientras que los del Nazario volvían a su sitio en las higueras.
            Agotado por el intenso esfuerzo realizado, el Tío del Humo, se paró un momento y mirando a su alrededor pudo ver que los tres grupos que había echado anteriormente cogían higos con total tranquilidad, y en los mismos lugares que antes de ser expulsados, evidencia que le llevó a comprender que el largo recorrido que acababa de realizar inútilmente, lo iba a estar repitiendo mientras los chiquillos quisieran, o sus ya maltrechas fuerzas lo mantuvieran en pie, por lo que se decidió a dirigirse al barracón, en cuyo momento  los del José volvieron a tomar su sitio en las higueras.

            Cuando el Tío del Humo salió del barracón, portaba una gran cesta de mimbre y dirigiéndose al centro del higueral se dispuso a coger cuantos higos fuera capaz, con toda la celeridad que su práctica y condiciones físicas le permitían. Los niños, en principio, se quedaron perplejos porque no se imaginaban lo que iba a hacer, pero pronto comprendieron que, ante el temor de quedarse sin higos y agotado físicamente, había optado por salvar lo que pudiera. Entonces, la histérica explosión de risa de los pequeños asaltantes, resonó en los oídos del Tío del Humo como la más fuerte de las bofetadas recibidas en su vida, no obstante prefirió olvidarse de los chicos y ocuparse de recolectar la mayor cantidad de higos posible.
            La actitud del dueño del higueral, era una manifiesta declaración de derrota, que para aquel espontáneo ejército de críos no supuso cambio alguno en su actitud beligerante. Durante largo rato, los chiquillos, continuaron su labor de rapiña en el higueral mientras se burlaban de su dueño a coro:
            -“Tío del Humo, echas humo; Tío del Humo, echas humo”... 
            Una vez que habían derrotado y humillado al Tío del Humo y hartos ya de higos, la batalla empezó a perder buena parte del interés aventurero para los chiquillos, y por eso y porque además sintieron una muy particular compasión por el enemigo y su humillante manera de aceptar la derrota, el Gainza, ordenó la retirada de sus devastadoras tropas mientras coreaban el estribillo aprendido en la batalla:
            -“Tío del Humo, echas humo; Tío del Humo, echas humo”...
            Entretanto, éste, mascullaba amenazas e insultos a los críos, mientras recogía su cesta de higos y se volvía renqueante y cabizbajo hacia su barracón.

            Fuera ya del higueral, los chiquillos, se concentraron en las cercanías del campo de fútbol a comentar las incidencias de la aventura. Todos, absolutamente todos,  se habían hartado de comer higos verdales, y así lo pusieron de manifiesto al compás de interminables carcajadas.
-Mirad qué barrigota tengo de los higos que he comido - dijo Vicente, un niño gordito.
-Ja, ja, ja, ja, - rieron alegremente todos por la ocurrencia.
-Anda, mirad qué hinchado tiene el morro el Qué Güenas.
-Ja, ja, ja, ja,...
-Cómo no se le va a hinchar el morro, si para éste no hay diferencia entre un higo maduro y otro que aún no lo está.
-Ja, ja, ja, ja,...
            Aquellos momentos, fueron una verdadera fiesta para los críos, que hacían de cualquier cosa un motivo para reír.
            -Yo creo que después de esta, el Tío del Humo, suprime la palabra humo de su vocabulario - dijo ocurrente el Mateo.
            -Ja, ja, ja, ja,...
-Estoy seguro de que si alguna vez nos ve camino de las higueras, él mismo nos invitará con tal de ahorrarse la corrida - agregó el Nazario.
       -Ja, ja, ja, ja,...
-Hoy es tarde ya para jugar al fútbol, además yo creo que hemos hecho suficiente ejercicio por hoy, no.
       -Ja, ja, ja, ja,...
-Ya lo creo que hemos hecho suficiente ejercicio, pero el Tío del Humo ha hecho más que nosotros - añadió el Lobote.
       -Ja, ja, ja, ja,...
-Entonces, como ya es tarde y debemos irnos, podemos quedar para mañana a las seis y jugamos el partido que hoy no hemos podido jugar, ¡de acuerdo! - apuntó el Gainza.
       -¡Vale, vale!

Al día siguiente, los tres amigos casi inseparables, a la misma hora que el día anterior, pasaban nuevamente por la vía en dirección al pueblo, y mientras miraban de reojo al Tío del Humo que les observaba desde una esquina del barracón, entonaron la canción que más les gustaba.
                        “El trigo entre todas las flores
                        ha escogido a la amapola
                        y yo escojo a mi Dolores,
                        Dolores, Lolita, Lola
                        y yo...”
El trío de amigos, mirándose sonrientes sin poder contenerse, se echaron el brazo por encima de los hombros y continuaron andando y cantando haciendo equilibrios sobre los raíles de la vía, sin ser molestados por el Tío del Humo, que les miraba rencoroso.


Fuentes

Libros
-Francisco Atanasio Hernández. El tío del Humo (relato corto).
-Francisco Atanasio Hernández. Teresa Casta Amedias y otras minucias (conjunto de 11 relatos cortos)
-Francisco Atanasio Hernández. Alumbres 2002 (Antología).

Fotos
-Francisco Atanasio Hernández. 

Dibujo
-Francisco Atanasio Hernández. 

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