martes, 15 de agosto de 2017

LA TÍA MAÍSA Y SUS SABIAS ENSEÑANZAS

         Hace tiempo, hasta aquél apartado lugar cuyo recuerdo aún me produce una profunda inquietud, iba a realizar su honesto trabajo diario, de asear los vestuarios y otros locales de la fábrica, una hacendosa y pulcra mujer, que dejaba tras su paso y el  de sus herramientas de trabajo la huella inconfundible de la limpieza y el olor saludable de la higienización. Pero el tiempo pasó y el de la señora Carmen también, y entonces cambiaron las cosas y como si vinieran conducidas por la mano de la Bruja Coruja, en su lugar se designaron a dos chicas mucho más jóvenes y vistosas, aunque a decir verdad, con muy poca vocación al oficio, pero muy obedientes y disciplinadas. Encargadas de cumplir la importantísima misión de modificar los hábitos empezaron su original labor cambiando el calendario de limpiezas, por lo que en lugar de ir todos los días de lunes a viernes, pensaron que era mejor ir un solo día a la semana que no fuese ni lunes ni viernes, y por supuesto, ni sábados, ni domingos, ni fiestas de guardar, a llevarse las bolsas de basura generada y a dedicarle un máximo de cinco minutos, a lo que ingeniosamente denominaron los que mandan, aseo y limpieza ecológica de los dos cuartos que usan los currantes, que no pueden tener el mismo tratamiento que los pulcros y fragantes despachos que utilizan los jefes de la factoría.
Dibujo: Francisco Atanasio Hernández
El caso es que estaba yo un día pensando en las musarañas, que no es lo mismo que hacerlo en las arañas del retrete, porque de la inmensa fauna que puebla el reducido espacio interior de aquellos cuartos no toca hablar ahora, sino en su momento, cuando al mirar por la ventana vi acercarse una fuerte tormenta que amenazaba descargar por aquí todo lo que llevaba dentro de mala leche y mucho más.
Como era la hora de la digestión, la verdad, no estoy muy seguro de que la primera impresión que captaron mis sentidos no fuera producto de un espejismo circunstancial, pero lo cierto es que al volver a mirar las vi subir por las escaleras del cuarto de aseo, luciendo sus monísimos uniformes color rosa con grandes vetas verde manzana, que decoraba sutilmente un lacito en el pecho con los colores de la enseña nacional, de distinguida y patriótica empresa de servicios pulcra y formal, y provistas del delicado instrumental técnico necesario para poner en práctica el fabuloso invento tanto tiempo ensayado en este mismo sitio.
Por supuesto, las dos hermosas muchachas estaban decididas a dejar claro para qué estaban allí con su palmito, e inmediatamente comenzaron su labor, supuestamente aséptica, por los lugares menos agradables precisamente, el retrete, la ducha, los lavabos, y los vestuarios, y en no más de cinco minutos el trabajo estaba realizado en su totalidad, y se podía entrar allí a respirar el agradable aroma del ambientador que utilizan después de cada operación higiénica, que es mucho más fino, delicado y respetuoso con la profesión y las señoras técnicas en el oficio, que decir “Después de fregar los suelos”, cuya sola mención me consta que les produce náuseas incontenibles.
Subieron entonces al cuarto de arriba a continuar con su fatigosa actividad científica en este otro lugar de trabajo, cargadas nuevamente con las delicadas herramientas del oficio, además de la fregona y el cubo con el agua achocolatada que había quedado de la higienización del cuarto de aseo, y con este agua, sin lejía, sin amoniaco, ni otra sustancia cualquiera susceptible de degradar los suelos más de lo que ya estaban erosionados, por el efecto de la actividad intensiva a que se les había estado sometiendo cada ocho o diez días en los últimos tiempos, siempre dependiendo, claro está, de la disponibilidad de las señoras técnicas en el oficio. No obstante, alguna que otra vez llegaron a utilizar una pizquita de lejía o amoniaco, pero eso sí, sólo con la sana intención de estudiar las posibles diferencias que pudieran observarse del estudio comparativo entre el tratamiento tradicional y el ecológico, de ninguna manera había intención de volver a utilizar los métodos anteriores.

Foto: Francisco Atanasio Hernández
Con el nuevo método, los suelos se friegan con agua clara, eso sí, hasta que deja de estarlo y se convierte en un oscuro líquido pastoso de indefinida calificación séptica que mueve las impurezas de un sitio a otro con el fin de que no se encariñen con el lugar y echen raíces, y después entra en juego el ambientador, dando un toque de elegancia y distinción al invento ecológico más notable de la era moderna.
  Según algunos entendidos, si se analizara minuciosamente el revolucionario descubrimiento se observaría que alberga innumerables ventajas. Por un lado, al utilizar el mismo agua para fregar los dos cuartos, hay un notable ahorro de agua corriente, que en una tierra sedienta como la nuestra, siempre tiene que ser motivo de agradecimiento a los promotores. Por otro, al utilizar el agua y solamente el agua, para fregar, sin agentes que agredan los suelos y los degraden, éstos se conservan mucho más tiempo y mejor, pero sobre todo, se consigue el objetivo más importante, el más altruista, que es el de respetar el ecosistema, conservando vivos todos los insectos y virus del lugar, moscas, mosquitos, arañas, hormigas, cucarachas, cochinillas, avispas, etc.

Hay un par de moscas y un mosquito en particular que me gustaría cogerlos por mi cuenta, pero no puedo hacerlo, porque me expongo a que se engendre sobre mí una poderosa tormenta con rayos y truenos incluidos de impredecibles consecuencias para mi integridad física. Se diría que las dos moscas y el mosquito actúan coordinada y deliberadamente, pues mientras que cada una de las moscas me incordia por la cabeza, la cara, los brazos, y cualquier otra parte de mi cuerpo que se encuentre descubierta, el mosquito busca un hueco por donde introducir su fino aguijón y me chupa la sangre hasta que se harta y tiene que irse a un lugar tranquilo a reposar el banquete que cada día se da a mi costa. Pero siguiendo con las moscas, cuando de verdad se ponen irresistibles es el momento en que empiezo a desliar el bocadillo para almorzar, porque entonces una de ellas, me molesta con muy mala leche, propinándome picotazos en todo el cuerpo a una velocidad de vértigo, y mientras intento deshacerme de esa, la otra invade la zona de la merienda que está reservada para el ejercicio de mis mandíbulas, y a veces me resulta bastante difícil hincarle el diente sin correr el riesgo de llevarme también para dentro a la mosca en cuestión, que por otra parte, confieso que en ocasiones no me importaría en absoluto si eso solucionara el problema, total, ojos que no ven...
Foto: Francisco Atanasio Hernández
Las cochinillas y las cucarachas, son esos domésticos animalitos que tan mala reputación tienen entre las hacendosas amas de casa de ambos sexos, especialmente para quienes desarrollan su actividad laboral cotidiana en el dulce y cálido hogar familiar. En los hogares cuando aparece una cucaracha, o una cochinilla, paseando tranquilamente por la cocina, la galería, o  por cualquier otro lugar de la casa, enseguida se activa la alarma y se buscan todo tipo de insecticidas posibles con los que se las pueda eliminar a todas, incluso los huevos, porque su capacidad de reproducción es impresionante.
En cambio en el lugar de trabajo del que hablo, tanto el cuarto de control, como el aseo-vestuario, es transitado por unos y otros animalitos de los mencionados sin ningún tipo de trabas, y hacen sus posturas en los rincones que mejor les parece, porque a esos escondidos lugares nunca llegan las escobas ni las fregonas.
Justo en la misma puerta del cuarto de control hay varios hormigueros, de los que habitualmente y con toda normalidad salen los animalitos y cruzan el umbral de la puerta en ordenadas y finas hileras en busca de algo comestible que puedan transportar hasta sus domicilios subterráneos. La papelera, es también un lugar ideal donde las hormiguitas realizan permanentes incursiones a por las suculentas provisiones que suele contener, ya que algunos de los compañeros, sin duda influidos por el sano ambiente ecologista que se respira por allí, echan en ella todo tipo de restos, papeles, botellas, latas, pan, peladuras de frutas, etc., con el delicado propósito de que nuestras amiguitas lo utilicen de comedero, porque por estos lugares las papeleras sólo se vacían una o dos veces a la semana, ya que como se sabe las bolsas de plástico es material no biodegradable, y cuantas menos bolsas se retiren menos se contamina.
Todo ello a pesar de que a veces, las pobrecitas te molestan un poco, sobre todo cuando las notas subir por las piernas para arriba y alguna de ellas, más borde de lo normal, tiene la ocurrencia de probar la eficacia de sus poderosas mandíbulas justo cuando se encuentra en el testículo derecho, o cuando estás leyendo a Félix Rodríguez de la Fuente, o a Jacques Cousteau, y aparece una columna de obreras caminando tranquilamente por en medio de las líneas de lectura. En esas ocasiones en que te encuentras inmerso en la naturaleza es cuando de verdad recuerdas lo hermoso y saludable que es vivir al natural... estando cada cosa en su sitio.
Las arañas tejen sus telas por las partes altas de los cuartos, aunque donde más les gusta montarlas es en las esquinas, quizás porque es donde más fácil encuentran los puntos de apoyo necesarios para engancharlas. Sin embargo, no se ciñen única y exclusivamente a los lugares  de arriba, porque como hay tantas, muchas de ellas eligen las partes bajas de las taquillas, mesas, sillas, y en los rincones inferiores donde saben que están bien seguras.
Pero la insolencia de algunas de las arañas que habitan el lugar, es tal que se permiten el lujo de realizar espectaculares acrobacias, propias de consumados trapecistas, echando un fino hilo de seda desde la rejilla de la pantalla de alumbrado fluorescente que hay en el techo, justo encima de mi cabeza, y se divierten utilizando mi pelo como si fuese un colchón de goma espuma hasta que me mosqueo, y me voy de allí a dar un paseo por la calle para evitar la tentación de deshacerme de ellas definitivamente y jugarme con ello un consejo de guerra sumarísimo, porque aquí, quizás otra cosa no, pero a los insectos y otros animalitos indefensos no hay quién los toque sin jugarse el propio pellejo.
Cosa parecida que forma parte del zoológico local, son las avispas de los alrededores, que no se cortan un pelo en fabricar sus avisperos en cualquier lugar, por insospechado que parezca, de la inmensa jungla vegetal que sobresale de entre las tuberías y rodea los edificios amenazando con asfixiarlos. No es posible dar un paso sin tener que verse obligado a esquivar a los innumerables insectos que vuelan de un lado para otro por allí cerca, en busca del sabroso polen de las inmensas chumberas, gandules, palmitos, higueras, y un sin número de plantas silvestres en flor que crecen a sus anchas.
Las avispas van de flor en flor, pero si alguien tiene la mala suerte de tropezarse con un enjambre de esos enfadados insectos que, aunque sea equivocadamente, hayan considerado que son agredidas, o simplemente que un intruso desconocido pretende birlarles su exquisito botín, entonces la víctima es aguijoneada sin contemplaciones desde la punta de la nariz hasta los dedos de las manos, y no llegan a los dedos de los pies porque estos están protegidos por las botas de seguridad, y en esos dolorosos momentos te acuerdas de todos los conservacionistas uno a uno, y de todas y cada una de las hermosas razones que te dan para que las pobrecitas avispas sean respetadas y sigan revoloteando a tu alrededor con plena y absoluta libertad, mientras tú te quejas amargamente y sin consuelo viendo cómo se te inflaman las zonas de tu cuerpo atacadas por los indefensos animalitos.
Y además del absoluto respeto a los seres vivos que nos rodean, se tiene en cuenta también que los restos de la labor, el agua sucia resultante que después se tira a cualquier sitio, no contamine el medio ambiente y sirva de abono natural, es decir, se trata en definitiva de un revolucionario descubrimiento integral, después de muchos meses de arduo estudio científico sobre el terreno como es natural, al que sería preferible que en adelante denomináramos limpieza ecológica -para distinguirlo de otras marranadas que no tienen nada que ver con la ciencia- el cual tiene su más cercano precedente en una tal Tía Maísa, legendaria mujer que según se dice, cuando barría, que por cierto no lo hacía muy a menudo, lo metía todo bajo la alfombra que cubría todo el piso de su vivienda, mientras cantaba aquello de “la, la, ra, larita, barro mi casita...”. De esta buena señora, sin duda alguna el principal modelo de pulcritud universal, la historia nos ha trasmitido el testimonio de su memoria investigadora en este campo de la ciencia, de manera que viene a confirmar que fue ella quien empleó, antes que nadie, técnicas ecológicas para la industria de la limpieza, hasta el punto de que ni siquiera utilizaba agua para fregar, puesto que nunca fregaba los suelos, solamente los barría, y según ella misma decía “Bastante bien arreglados están”. Tampoco quitaba el polvo de los escasos muebles que tenía, porque así se ahorraba volver a barrer, además de que los muebles conservaban su brillo natural indefinidamente, aunque para verlo, es natural que primero hubiera que quitarles la espesa capa de polvo que los cubría.
            En su época, los métodos higiénicos de la Tía Maísa fueron sin duda todo un acontecimiento sin precedentes para sus contemporáneos, que supieron reconocer su importancia y los tuvieron en cuenta para la posteridad como se puede haber observado tras este relato, y tiene muy buenos discípulos y entusiásticos seguidores en estos tiempos modernos, especialmente en las industrias que se dedican a la higiene de lugares donde se mueven, asean, o desarrollan su labor diaria por cuenta ajena algunos colectivos humanos, que muchas veces se consuelan con que la suerte les sea propicia y no les abandone también dejándolos además en la calle, todo ello gracias a una denominada pomposamente “Ley de Prevención de Riesgos de no sé qué” o algo parecido y que no sirve nada más que para justificar kilos y kilos de recursos públicos, y muchas toneladas de miserias humanas que se guarecen bajo otra ley no escrita “Ley de Protección de Especies Carroñeras”, en la que hacen su agosto muchos personajillos sin escrúpulos, alcahuetillos y sindicalistos, carcas progresistas y politicastros corrompidos, junto a honorabilísimos ciudadanos que guardan los suculentos beneficios de tan bendita actividad en blindados bancos suizos como siempre.
Dibujo: Francisco Atanasio Hernández

Fuentes

Libros
-Francisco Atanasio Hernández. La tía Maísa y sus sabias enseñanzas (relato corto).
-Francisco Atanasio Hernández. Teresa Casta Amedias y otras minucias (Conjunto de 11 relatos cortos).
-Francisco Atanasio Hernández. Lo que me quedó de Alumbres en el siglo XX.

Dibujos
-Francisco Atanasio Hernández. 

Fotos
-Francisco Atanasio Hernández. 

1 comentario:

  1. Ruego disculpas a todos los lectores que pusieron un comentario en mi blg, pero quiero aclarar que no he sido yo el responsable de su eliminación, sino de la API de Gogle + que ha dejado de estar disponible y que no me ha dado opción de mantenerlos o recuperarlos. Gracias por vuestra comprensión.

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