miércoles, 25 de octubre de 2017

DESDE EL PINACHO A LA FOSA…

Dedicado a mi abuelo “el Cayo” que nació y murió en Alumbres.
Por esas fechas, cuando se celebraba algún acontecimiento en el que interviniera
 el vino, que era la bebida más consumida, se cantaba una conocida canción:

Cuando yo me muera,
tengo bien dispuesto
en el testamento
que me han de enterrar
en una bodega
al pie de una cuba
con un grano de uva
en el paladar.

El Pinacho. Foto: Francisco Atanasio Hernández 
            Allí, apoyado en la barra de mármol de la vieja tasca, siempre frente a un vasito de vino, unas veces blanco, otras veces tinto, Antonio “el Macho”, mataba el tiempo y algo más, sin prisas, con la velocidad de una carrera de tortugas cojas, como si el tiempo no existiera para él, o como si nada en la vida tuviera más importancia que conservar en alcohol no se sabe bien cuántas penas, pero debían de ser muchas por la cantidad de vino que se echaba al cuerpo cada día.

-Cataplum, chin, pum, gallo, gallina. Por favor Anselmo, ponme otro chatito de ese tinto peleón que tú y yo sabemos.
-Calla joder, que hasta la madre del tonel te reconoce y se pone a temblar cuando te ve aparecer por aquí.
-Bueno hombre, pon también unas patatitas bravas de esas que tienes ahí, que parece que me están diciendo cómeme.
-Sí, sí, a mí me la vas a dar tú, lo que quieres es que el picante de las patatas te pida más líquido para apagar el ardor que produce desde el paladar para abajo.
-La verdad es que, hoy hace un día de frío de esos que sólo te apetecen cosas calentitas, así que no creo que sea como para que te pongas tan quisquilloso conmigo. Yo en tu lugar me dedicaría a ir reponiendo el nivel del tanquecito y dejaría el mundo correr.
            -¡Qué cinismo tienes Macho! ¿Es que aún no te has enterado que tú bebes más rápido que yo puedo reponer?
            -Cataplum, chin, pum, gallo, gallina. Pues sí que estás tú hoy para pedirte un favor.
            -No, no, y no, hoy no se fía y mañana menos, que te veo venir.
          Al cabo de varias horas de ejercitar el agotador levantamiento de vidrios de cada día, el Macho, miró el reloj y vio que eran las cinco, dio un respingo y girando sobre sí mismo, con riesgo cierto de haber probado el suelo después de un peligroso trastabillar por el bar, producido por el escaso equilibrio que era capaz de mantener, y agitando la mano derecha como pudo en ademán de despedida, salió atropelladamente golpeándose con el marco de la puerta de la tasca que al parecer se le había quedado algo  pequeña.
-Anda sí, vete a dormirla que la que has cogido hoy no tiene nada de original que digamos - refunfuñó Anselmo.
            Ya en la calle, el Macho, iba de uno a otro lado de la acera del Paseo de las Delicias, como si estuviera empeñado en medirla y no le salieran las cuentas, cuando se tropezó con un grupito de niños con cara de pasar más horas en la calle que en casa y comenzaron a corear:
-Cataplum, chin, pum, gallo, gallina; cataplum, chin, pum, gallo, gallina,...
            -Hombre mira lo que me faltaba a mí hoy. Anda hijico, por qué no te vas a ver con qué amigo juega al teto hoy tu madre.
            Los críos fueron insistiendo en sus burlas durante un buen trecho, saltando y gritando a su alrededor como de costumbre.
-Cataplum, chin, pum, gallo, gallina; cataplum, chin pum, gallo, gallina,...
        Sin embargo, él siguió su camino como pudo repitiendo los mismos insultos de cuando en cuando, y sin saber cómo se dio con la puerta de su casa en las narices, y  comenzó a golpearla con la mano abierta insistentemente para que le abrieran.
-Ya va, ya va, que no voy en moto, coño.
-Oye muchacha, pues si tú no vas en moto, no sé cómo te diría que yo tampoco estoy para conducirla, sabes simpática.
-Anda pasa, pasa, que un día de estos me vas a matar de un disgusto.
-De acuerdo, de acuerdo, pero espero que elijas un día menos ajetreado que este, porque si no, no voy a poder acompañarte.
-Menos rollo que yo no tengo tan buen humor como tú. En la mesa tienes un plato de lentejas, si no las quieres las dejas y te vas a dormirla como siempre.
         El Macho, se dispuso a comer y comió no más de cuatro o cinco cucharadas de aquellas sabrosas lentejas con chorizo que con tanto cariño le había preparado su esposa, pero para tragarlas tuvo que beberse medio vaso de buen vino de la tierra, si no, le hubiera sido imposible comer nada, y después se fue a la cama donde se quedó dormido de inmediato hasta el amanecer del día siguiente.
Foto: Francisco Atanasio Hernández
            Bien tempranito, como los buenos, el Macho, se despertó y miró el reloj.
            -Joder macho, las siete y media ya, hoy voy a llegar tarde. ¡María ponme el café con un dedito de coñac!
       Se levantó apresurado, dando tropezones con todo lo que había a su alrededor y se fue directamente al aseo a despabilarse y adecentarse un poco.
            -¡En el bar te dicen marrano a poco que te descuidas una chispa, oye!
-¿Antonio, cómo te pongo el dedo de coñac, horizontal o vertical?
-No me jodas María, que tú sabes bien cómo lo quiero yo.
-Eso quisiera yo, joderte, pero por lo que se ve se te ha olvidado ya cómo se hace.
           -Anda, anda, menos literatura y dedícate a tus cosas, que te gusta mucho la marcha y no quiero mosquearme contigo.
            -¡Sí claro, como si el amor no fuese igual de necesario que beber y comer cada día!
-¿Pero qué dices María? ¿Acaso te he fallado alguna semana yo?
          -No sé por qué me parece que también empiezas a tener problemas con la memoria, porque, que yo recuerde, la última vez que lo hicimos fue el martes de la semana pasada, y de eso, hace ya nueve días, y el alcohol tampoco lo pruebo, incluso desde hace más tiempo aún, porque como bien sabes soy abstemia.
       -Bien, vale, pero ahora tengo prisa, sabes, así que luego seguiremos con esta charla tan interesante.
            -Eso, eso, vete ya no sea que alguien te pille la vez y la coja antes que tú.
            Rápidamente se terminó de vestir, se bebió el café de un trago y salió de casa como alma que lleva el diablo.
            Casi sudando llegó al Pinacho, y enseguida se dirigió a su rincón favorito, desde donde podía verlo todo, pero lo más preciado para él de aquel rincón era que cuando lo necesitaba, también tenía dónde apoyarse sin dar el cante.
-Buenos días señores - saludó al entrar.
-Buenos días Macho - respondieron educados los demás.
      -Cataplum, chin, pum, gallo, gallina. Anda Anselmo, pon una rondita de clarete y unos boquerones para picar, que ésta la pago yo, la siguiente Dios dirá.
           -Gracias amigo, yo me la voy a beber muy a gusto a tu salud, porque a mí me enseñó mi padre, que una copa no se le debe de despreciar a nadie - se apresuró a decir Sandalio.   
           -Hombre Macho, te agradezco la invitación, pero permíteme que te pregunte, ¿es que te vas a morir?
            -Lo que te importará a ti si al hombre se le ha infectado una copa demás, o si acaba de cobrar la herencia de la suegra y quiere celebrarlo con sus amigos.   
        -Pero bueno, ¿qué es esto? ¿vale ya, no? Yo creo que es más simple, hoy se ha levantado generoso y nos invita, nosotros tragamos y él paga, y eso también es bonito, tú.
          -Lo que vosotros queráis, pero desde esta barra de mármol, que tanto tiempo me acompaña cada día, obraré como es costumbre entre los nuestros, así que, debo de pediros que nadie salga del Pinacho sin que antes se haya bebido este trago de vino, y como soy muy consecuente, incluso el día de mi muerte, no he de dejar sin su copa a un amigo o a un pariente, y hoy brindamos con clarete porque yo soy el pagano.
            -De acuerdo, primero el clarete, pero dinos ya qué es lo que celebramos.
       -Escucha amigo Liborio, recuerda amigo Sandalio, ¡oídme todos amigos! lo que os voy a encomendar, porque el día que yo me muera, si venís a acompañarme hasta mi última morada, tendréis que rememorarme, y no olvidar que tenéis que parar en la puerta del Pinacho y beberos en mi honor la ronda que os dejo pagada cumpliendo nuestra tradición.
        -Dices bien Macho, porque según la tradición, aquel colega que crea que está próxima su muerte, debe de dejar pagada una consumición, y hay que parar el cortejo funerario frente al bar el tiempo necesario para que los acompañantes consuman la invitación - recordó Liborio.
            -Así es amigos, como sabéis, yo soy devoto aunque no practicante, ¡igual que  todos vosotros! pero habrá un día en que el cielo me llame y me pida cuentas, y debo de estar preparado y pedirle que me trate con la mayor indulgencia, y eso que sé que no hay un lugar en el infierno como este jardín de las esencias donde se siembra la gloria y florece la miseria. Mientras tanto el rato apuro y empino el codo sin freno ¡qué más da, si yo sé que no hago daño a nadie!, aunque a menudo, tal vez, me superen los excesos en el arte de beber.
            -En fin Macho, menos drama y:

                        “Vamos al vino y a los boquerones
                        que de escuchar tanto sermón
                        se me inflaman los cojones
                        y me aprietan el esternón.”

           Todos rieron por la ocurrente forma de interrumpir el tétrico discurso del amigo, y rápidamente se volcaron en el vino y los boquerones. Pero apenas tuvieron tiempo de beber un sorbo de vino, porque el Macho, estaba decidido a dar a conocer su última voluntad en toda su extensión.
          -Por último amigos míos, si queréis acompañarme en mi entierro, sabed que habréis de subir hasta el viejo cementerio y beberos a mi cuenta un chatito a la subida y otro chatito a la vuelta, y a la vez me cantaréis nuestra más fiel oración:

                                   “Desde el Pinacho a la fosa
                                   cruzamos Santa Lucía
                                   y te vamos dedicando ¡aúpa!
                                   la borrachera del día.
                        Recuerda el alma abatida
                        levanta la copa y bebe
                        que este vino es de Jumilla ¡aúpa!
                        y sabe de rechupete.
                        Qué buen vino nos dio Dios
                        los colegas lo consumen
                        sin dar un solo respingo ¡aúpa!
                        en un feliz periquete.
                        Y si alguno se emborracha
                        a mí no me importa nada
                        si paga lo que se bebe ¡aúpa!
                        y luego la duerme en casa.
                                   Desde El Pinacho a la fosa
                                   cruzamos Santa Lucía
                                   y te vamos dedicando ¡aúpa!
                                   la borrachera del día.”

           -Oye tú, me tienes asustado eh, espero que el pago de las deudas se las hayas encargado a otros, porque si no, no sé qué va a ser de mí - dijo Sandalio riendo.
            -¿Pero es que el sermón del bebedor os ha quitado las ganas de beber?
            -Sí que parece que hoy se defienden poco bebiendo, sí.
            -Venga hombre, venga, vaciad los vasos de una vez, que esta va de mi cuenta ¡No quiero que vayáis diciendo por ahí que el cantinero no paga una y encima os gorrea!
            -Muy bien dicho Anselmo, puedes estar seguro de que no lo perderás.
            Al poco fue Liborio quien pagó la siguiente ronda, y después lo hizo Sandalio, y más tarde otro colega...
            A las cinco de la tarde, Antonio “el Macho” miró el reloj y dio un respingo separándose de la pared que lo aguantaba con la mayor rapidez que le fue posible, y agitando torpemente la mano derecha en ademán de despedida, enfiló el hueco de la puerta, con cuyo marco se golpeó el hombro izquierdo más violentamente que otras veces, porque como tantos otros días parecía que la puerta se le había quedado pequeña.
            -Hasta mañana - le dijeron educados los amigos.
            Iba de uno a otro lado de la acera del Paseo de las Delicias, como si quisiera medirla y no se pusiera de acuerdo con el método a utilizar, cuando le salieron al paso el grupo de niños de todos los días y comenzaron a corear:
            -Cataplum, chin, pum, gallo, gallina; cataplum, chin, pum, gallo, gallina,...
            -Otra vez vosotros, vaya carga que me ha caído a mí.
         -Oye, oye, que tú ya vas bien cargado, eh. A ver si ahora nos vas a culpar a nosotros de la melopea que llevas encima.
            -Anda hijico..., vete a ver con qué amigo está jugando al teto hoy tu madre.
         Y como otros días, los chiquillos siguieron dándole la tabarra un buen trecho hasta las cercanías de su casa, durante el cual saltaron y gritaron el eslogan de costumbre:
            -Cataplum, chin, pum, gallo, gallina; cataplum, chin, pum, gallo, gallina,...


Fuentes

Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Desde el Pinacho a la fosa (relato Corto).
-Francisco Atanasio Hernández. Teresa Casta Amedias y otras minucias (conjunto de 11 relatos cortos).

Fotos
-Francisco Atanasio Hernández.

No hay comentarios:

Publicar un comentario