martes, 21 de noviembre de 2017

LAS GAFAS MILAGROSAS

        
Hace muchos años que escribí este relato corto, y parece que las manecillas del reloj se hayan movido al revés, pues desde entonces aquí, ni se han reducido las guerras en el mundo, sino todo lo contrario, ni el hambre, ni la sed, ni el machismo predominante, ni la contaminación ambiental han menguado un ápice siquiera, y hay menos libertad y menos justicia que hace 20 años, y las indecentes dictaduras han aumentado, aunque eso sí, ahora se disfrazan con indecorosos respaldos políticos de formaciones supuestamente democráticas y opositoras, y cómo no, también institucionales de gobiernos de otros países interesados, en un mundo global que admite las guerras para llevar a todo el mundo, un régimen que huele a podrido por todos sus poros y al que llaman democracia.
            Por ello me parece que el escrito hoy tiene plena vigencia.


           Después de mucho andar de aquí para allá, y mirar al mundo de izquierda a derecha, de frente y al revés, Feliciano, había llegado a la conclusión, no definitiva por supuesto, porque los grandes pensadores nunca dan por terminada una reflexión, de que no hay nada más práctico para transformar la realidad, que mirarla detenida e insistentemente a través de unos buenos cristales de color, llámese a éstos como se quiera, monóculo, antiparras, lentes, gafas, etc., eso sí, adecuando el color de éstas a cada  momento y circunstancia ideal.
Dibujo: Francisco Atanasio Hernández
             Claro que, alguien le preguntará,
-¿Feliciano, y porqué una solución tan simple a un problema tan complejo?
-Pues bien ya que me lo preguntas, te diré que me ha resultado muy difícil llegar hasta aquí, porque cualquiera que haya intentado alguna vez cambiar el mundo, cualquiera que haya hecho algo, al menos un día de su vida por ese altruista fin, habrá podido comprobar que se trata de una empresa materialmente imposible, porque después de los costosos ciclos de grandes transformaciones sociales, la inercia del movimiento circular de todo lo que se mueve, devuelve a la sociedad a su punto de origen, y en el mejor de los casos a sus suburbios, y como de lo que se trata es de buscar la felicidad individual sin excesivos riesgos personales que pongan en peligro tu propia estabilidad, ni demasiados calentamientos de cabeza que te aparten de tu camino y tus obligaciones diarias, he pensado que quizás podría ser mucho más rentable y sencillo cambiarle el color a las cosas, como si los cristales de colores tuviesen propiedades milagrosas o algo así, todo antes que seguir empeñados en cambiar el mundo para nada.

            Así que, si te pones unas gafas graduadas, sin color en los cristales, verás la realidad, más o menos, tal cual es, y a veces puede ser muy desagradable para la gente tan sensible como yo. Sin ir más lejos, ayer mismo salí a la calle bien vestido como acostumbro, con mis vaqueros de cowboy, mi camisa a cuadros, con sus dos botones superiores desabrochados para lucir la pelambrera que cubre mi pecho varonil, la cabellera arreglada muy cortito y mis gafas graduadas, y la verdad, volví a casa estremecido de dolor, porque en mi corto paseo, me tropecé con un número indeterminado de mendigos pidiendo la caridad de los transeúntes, y no entiendo por qué no se lo prohíben las autoridades, porque lo que es a mí me hace sufrir mucho tener que decir que no a tanta gente. Además, fui testigo de cómo era atropellado y muerto en el acto un peatón cuando cruzaba un paso de cebra, porque el conductor que lo atropelló no sólo no respetó la prioridad de paso de los peatones, sino que ni siquiera se paró a auxiliar a su víctima, y la verdad, la sangre me produjo mucha angustia, pero me tuve que ir de allí, más que nada porque la policía empezó a preguntar si había algún testigo que hubiera visto el accidente, y yo preferí alejarme del lugar y ahorrarme complicaciones que no producen ningún beneficio.
            A veces, me gustaría que todas las cosas fueran tan limpias y puras como el color blanco de los serafines sobrevolando las algodonosas nubes del cielo, donde dicen que descansan eternamente las almas más impolutas, claro que yo siempre digo que hay que ser un poco precavido y no creerse todo lo que te dicen de los demás a pie juntillas, ni todo lo bueno que te cuentan de alguien tiene por qué ser verdad, ni todo lo malo tampoco. No hace mucho, fui a Moscú de visita y disfruté de lo lindo viendo las grotescas transformaciones que sufren los endemoniados comunistas, como los denominaban los franquistas, que al mirarlos con mis gafas de color blanco, pasaban a ser blanquísimos querubines con el rabo y los cuernos tradicionales de los rojos como nos los representaban en la pasada dictadura de Franco.
            No obstante, si te pones unas gafas con los cristales de color rosa, que es el color de la dulzura, la delicadeza, la feminidad, verás qué diferencia hay con la realidad. Hace unos días me fui a observar a la gente a un barrio pobre, tercermundista, abandonado de la mano de los dioses, y pude comprobar cómo la basura de color rosa, incluso huele mejor, es más vi a un niño flacucho, con los huesos a flor de piel, medio muerto de hambre, y sin embargo con las gafas color rosa me pareció que estaba bastante saludable, porque los huesos se reflejaban en la retina como si de zonas carnosas y musculosas se tratara.
Recientemente cayeron en mis manos las bases de convocatoria de un concurso literario, y como soy aficionado a la literatura y llevaba puestas las gafas color rosa, participé sin dudarlo un instante, pues ya no me fue posible pensar, que este hermoso arte, está tan corrompido como todo lo demás, y que en realidad, los convocantes pueden ser un puñado de amiguetes que se reparten los premios entre sí, y a los demás participantes sólo los utilizan para justificar las importantes sumas de dinero que reciben de subvenciones.
            El negro, es todo lo contrario, es el color del pesimismo, del desánimo, pero como a gustos no hay quién gane..., pues, si lo que me apetece es llorar un rato, me coloco unas gafas negras y me pongo un documental de Afganistán, o de la antigua Yugoslavia, durante o después de la guerra de “liberación” americana, o de la invasión de Irak y sus decenas de miles de iraquíes indefensos muertos por las balas y las bombas supuestamente democráticas de Busch, además de los periodistas muertos por lo que él llama efectos colaterales, o las torturas en Guantánamo, o en la cárcel de Abu Graib. Hace muy pocos días me puse mis gafas negras para ver el telediario y me enteré que, el ejército de Israel mandado por Sharon, que fue Primer Ministro, asesinó a más de 2000 palestinos indefensos en los campos de refugiados, que sumados a otros miles más que ha matado en los últimos años de su gobierno..., me parece que el mundo libre ha tenido ya suficientes miles de razones como para haber adoptado alguna medida de aislamiento diplomático contra el actual régimen israelí.
Me da mucha pena la libertad porque cada vez la veo más negra y no sólo por las gafas negras que utilizo para ver el telediario, sino porque cada día que pasa, con más descaro, con más libertad, los más oscuros, los más tenebrosos, los más peligrosos personajes de la contemporaneidad se ven izados a los más altos cargos de la sociedad democrática, y no hay nadie ni nada que les ponga freno, y lo peor es que la sociedad se va acostumbrando a la paulatina degeneración del Estado de Derecho y la Democracia y no se preocupa de crear mecanismos para defenderse de ésta plaga.
Dibujo: Francisco Atanasio Hernández
 Además, siguiendo con mi afición a la literatura, llevando gafas negras, y teniendo tan oscuros presentimientos, está claro que ni siquiera me molestaría en participar en tan antiguo método de retorcimiento y manipulación de las mentes, porque recordaría de inmediato, los premios, las publicaciones, las fiestas, las comilonas y otras actividades lúdicas con que algunos grupos conocidos se compensan sobradamente entre sí las molestias que voluntariamente padecen.
¡Por favor no vomites en la alfombra que acabo de estrenarla!
           Frecuentemente recurro a ver el telediario con mis gafas negras puestas, porque ahí, entre unas cosas y otras me despacho a gusto, especialmente cuando informan de la muerte de alguna mujer a manos de su marido o compañero, en normal convivencia, en trámites de separación, o separados de hecho, y recuerdan que la mujer había denunciado varias veces las agresiones y amenazas de su pareja, y nada ni nadie protegía a la futura víctima, y me retuerzo de rabia porque entonces recuerdo la ingente cantidad de policías, guardaespaldas y matones que protegen a los políticos a cargo del erario público, y que nadie se atreva a proferir amenazas a un político, porque tarda en ser detenido, con orden judicial incluida, el tiempo que tarde el político en poner la denuncia. Entonces lloro como una magdalena, porque descubro la gran mentira que se guarece bajo la simbólica estatua de la libertad.

            El rojo, es el color del fuego, de la pasión, y a veces, cuando estoy más salido que un pico esquina, me pongo mis gafas de cristales rojos y me voy a una fiesta, un pub, o una discoteca, en busca de un ligue que me endulce la semana y me acerco a mi presa a pedirle relaciones, y si me responde que no, yo seguiré insistiendo, porque mis intenciones y el color rojo que veo en mi interlocutora, me convencerán de que lo que quiere es todo lo contrario de lo que dice, porque según mis impresiones, la delata el intenso rubor que le ha subido a las mejillas, y dará lo mismo si la chica es blanca, negra o amarilla, la sangre es del mismo color para todos los humanos y es tan roja como la indignación que produce en alguna gente el comportamiento prepotente de los chulos de discoteca como yo, o como el fuego que provocan los pirómanos forestales por intereses inconfesables.
Pero cuidado con el color rojo, porque una vez fui invitado a una reunión de esos fachas modernos a los que respetuosamente se les llama Skin Head, y menos mal que no se me ocurrió utilizar las gafas de color rojo, porque podría haber desaparecido sin que nadie supiera nunca más mi paradero definitivo, y sin que a nadie del cuerpo le interesara lo más mínimo saber por qué, ni cómo, ni quién ha formado parte en el crimen. En estos casos, es recomendable la utilización de cristales azules en las gafas, y si es posible, que lleven grabadas en algún sitio bien visible para los demás, una cruz gamada, o una nave vikinga, o un capuchón del Ku Klux Klan, con el fin de pasar desapercibido y no dar el cante, porque en estos lugares es sumamente peligroso. ¡Si serán fanáticos estas gentes que cuando van de cacería de rojos, masones, o negros se ponen gafas de color negro para evitar la visión del color rojo de la sangre de sus víctimas!

Un color serio y marcial es el azul, que curiosamente es el elegido para los uniformes de las fuerzas armadas de la marina y del aire de todo el mundo, y también por muchos políticos que pretenden dar al electorado una imagen de sobriedad y sinceridad difícil de ofrecer sin atuendos adecuados, aunque después se pasen por el forro todo lo dicho.
El azul es el color del cielo y del mar, y fuera ya de los ambientes bélicos y mitómanos, yo utilizo con mucha asiduidad mis gafas de color azul para salir a la calle relajado, aislándome materialmente del mundo que me rodea. Con este fin creo que lo más acertado es elegir el color azul, porque te tranquiliza tanto como cuando estás cerca del mar o te quedas embobado mirando el cielo estrellado.

El símbolo de la libertad, es el color morado, o lila, que es lo mismo, y lo utilizan de fondo en sus anagramas y estandartes todos aquéllos grupos que se consideran más o menos discriminados en la sociedad, y para mí que es un color verdaderamente necesario para las gafas de todo aquél que tenga un poco subida su particular sensibilidad. En la sociedad libre que vivimos impera la violencia por doquier, se diría que la gente no puede vivir sin ella.
Sin duda muchas mujeres sufren la violencia que desatan sus parejas, y difícilmente pueden ocultar las marcas que les dejan en el rostro y otras partes  visibles del cuerpo, especialmente porque estas malas bestias golpean a sus compañeras para que les teman y les obedezcan sin rechistar, y para que todo el mundo sepa a quién pertenece esa mujer, transformada en un simple objeto.
Hace unos días, mi vecina del tercero, llevaba un ojo amoratado y varias contusiones en la cara, producto de una de las soberanas palizas que con frecuencia le da su marido, y sale a la calle con sus gafitas de color rosa y no se las quita bajo ningún concepto porque así camufla los cardenales, y porque le resultaría muy complicado decir la verdad a sus amigas, y como a mí me da mucha pena, cuando la veo venir me pongo mis gafas de color lila y dejo de ver la nitidez de todo aquello desagradable que no quiero. 
De la misma especie y del mismo estrecho pensamiento que los maltratadores de mujeres, incluso yo diría que bastante más cobardes, son esos cabezas rapadas que atacan en manadas como perros rabiosos a transeúntes indefensos, a gays y lesbianas, a ciudadanos de color y a gentes de izquierdas, pero nadie les llama por su nombre, quizás para no ofender a las honorables familias de donde suelen proceder esos cachorros.
Por eso es bueno hoy la utilización de unas gafas de color lila, para que cuando te tropieces por la calle a una persona violentamente agredida por alguno de estos elementos, los moretones de su piel pasen desapercibidos a tu escrutadora mirada. 

Hace un tiempo, salí al campo a pasear con mis preciosas gafas de color amarillo puestas, y estaba yo entusiasmado ante el maravilloso espectáculo que le ofrecía a mis ojos la extensa planicie que parecía a punto de recolectar, cuando de pronto empecé a oler a quemado y me quité las gafas para ver qué pasaba, y menos mal, que aún estoy rápido de piernas que si no, me quedo allí hecho un carbón como los matorrales que minutos antes había estado admirando. Desde entonces, no uso el color amarillo para nada, y eso que yo no soy nada supersticioso y no tengo en cuenta que para mucha gente este color está gafado y trae mala suerte a quien lo utiliza, pero creo que ya tengo yo bastante mala pata como para tentar a la providencia.

El verde, es siempre un color muy útil. Es el color que simboliza a la esperanza, a la vida, a la relajación, y este pasado verano estuve de visita por algunos montes y campos cualquiera del secano Sureste español, y he visto los cuantiosos matices del color verde que pudieron asomarse a mi retina con las gafas de cristales verdes puestas. También he ido a visitar Galicia, ahora que está de moda, en busca de sus verdes pastizales y frondosos bosques, y cuando empezó a angustiarme la visión del negro galipote incrustado en las rocas, acudí de inmediato a mis gafas de cristales verdes, y observé cómo las plastas de oscuro chapapote, se transformaban en grandes extensiones de verdes y relucientes algas.
            Bien pues, al final de mi periplo veraniego me quedaba en los bolsillos el dinero justo para volver a casa, y como no era cuestión de terminar de mal humor unas estupendas vacaciones, tuve que echarle imaginación a la cosa, así que, como algunos billetes de los grandes son verdes, recorté varios trozos de papel más o menos a la medida y les puse el valor de 100 euros, y los metí en el bolsillo izquierdo de la chaqueta para que su abultado volumen estuviese en contacto permanente con el corazón, y éste se encargaba de transmitir la alegría necesaria a mis sentidos, para que mi cara trasluciera una permanente sonrisa.
            En conclusión, es cierto que las gafas de colores no cambian la realidad, pero en estos tiempos que corren, es posible, que sea el mejor protector para la angustia vital. 


Fuentes

Libros
-Francisco Atanasio Hernández. Las gafas milagrosas.
-Francisco Atanasio Hernández. Teresa Casta Amedias y otras minucias (Conjunto de 11 relatos cortos).

Dibujos
-Francisco Atanasio Hernández.

viernes, 10 de noviembre de 2017

EL COMISARIO BLANKETE Y MARTES 13

         Rodolfo, había soñado siempre con ser el más eficiente de los policías conocidos, y a ser posible el modelo en el que se fijaran las futuras generaciones del cuerpo. Para él habría sido muy importante que la gente lo hubiese podido reconocer por la calle y dijeran,
-¡Mira, por ahí va el mejor policía que hemos tenido nunca, el Comisario Blankete!
Y quizás lo hubiera conseguido, si no fuese porque en ninguna de las trece veces que se presentó a las oposiciones pudo superar las pruebas de capacitación, así que se tuvo que resignar con la suerte que le deparó el destino y conformarse con hacer de su vocación profesional el mejor de los hobbies, y a la vez que ejercitaba la memoria de su infortunado pasado intelectual, impulsaba impetuosamente la escoba con la que se ganaba la vida de barrendero municipal.
-¡Martes 13, joder, hoy me parece que me voy a ir a casa antes que de costumbre!
Foto: Francisco Atanasio Hernández
Cuando terminó la faena se fue al vestuario municipal a cambiarse como siempre, pero cuando iba camino de la ducha, tuvo la mala fortuna de pisar un trozo de jabón que había en el suelo y anduvo resbalando sobre él, no se sabe cuántos metros, hasta darse un costalazo que casi se rompe la crisma, y enseguida que pudo levantarse, casi sin poder articular palabra, medio asfixiado y renqueante se dirigió a su taquilla y sin molestarse en asearse comenzó a cambiarse de ropa mientras murmuraba,
-¡Pues sí que se presenta bien la tarde para mí, voy a vestirme rápidamente a ver si llego a casa antes de que me suceda alguna desgracia de la que me tenga que arrepentir!
-¡Claro que no puedo dejar de ir a la iglesia, ni tampoco puedo dejar de ir hoy a la comisaría! ¿Quién sabe qué caso puedo perderme por no ir un día? ¡Incluso alguien podría pensar que me ha pasado algo o que soy demasiado supersticioso y de eso ni hablar!
Así que, con este comecocos, Rodolfo, se decidió por no romper las costumbres y al bajar del vagón del metro, justo enfrente de la puerta, se encontró con una escalera apoyada en la pared, sobre la que trabajaba afanosamente un electricista, y de inmediato sacó sus gafas negras del bolsillo superior de la chaqueta y sin poder reprimirse murmuró,
-¡Vaya hombre, sólo faltaba que apareciese por aquí un gato negro y que hubiera tenido que pasar por debajo de la simpática escalerita!
  Subió las escaleras mecánicas del subsuelo y salió a la calle Galimatías donde se encontraba la comisaría de policía, y aún no había dado cuatro pasos cuando notó algo blando y un tanto resbaladizo debajo del pie izquierdo, instintivamente dio un saltito para evitarlo, pero ya no había remedio, y entonces soltó una fuerte e irreprimible imprecación que sonó alto y fuerte a varios metros de distancia,
-¡Me cago en la...! ¿Pero bueno, que he hecho yo para merecer esto? ¡Ahora vengo y piso una mierda, a la que además parece que le he destapado el frasco de las esencias, porque hay que ver cómo huele la puñetera!
 Se apartó a un lado de la acera, en cuyo borde estuvo restregando el zapato como un descosido durante un buen rato, y entre restregón y restregón lanzaba al aire una maldición detrás de un escupitajo, hasta que de pronto paró en seco, cuando se le acercó alguien que al parecer le conocía y le dijo,
-¡Hombre Blankete, cuánto tiempo sin verte, qué tal te va amigo?
-¿Juan, tú por aquí. Amigo, siempre igual de oportuno, eh?
-Y en ese preciso momento, de forma instintiva, le volvió a dar un par de restregones más al zapato.
-¿Oye, te encuentras bien?
-¡Oh, sí, sí, sí me encuentro muy bien, es que estoy esperando a un amigo que por lo visto me va a dar plantón y no estoy de humor!
-Espero no haberte molestado Blanquete, pero yo me he alegrado mucho de verte después de tanto tiempo sin saber nada de ti, y no he podido reprimir la tentación de arrimarme y ofrecerte mi ayuda en aquello que esté a mi alcance, ya sabes, si puedo hacer algo por ti estoy a tu disposición. Joder, que mal huele por aquí, tú.
-¿Ah sí, pues yo no huelo nada, oye? Bueno amigo, te agradezco tu buena intención sabes, pero ahora no necesito nada, a ver si nos vemos en otra ocasión más propicia y nos tomamos una copa, eh. Venga, hasta otro momento.
-Vale Blankete, adiós.
Y el amigo Juan, se fue un poco mosqueado por el escaso interés que Rodolfo había mostrado por charlar con él, y por las muchas prisas que parecía tener en quitárselo de encima. Entonces, cuando Rodolfo se quedó solo, nuevamente le dio no se sabe cuántos restregones más al zapato, y se dirigió a la comisaría con la cara descompuesta por el descomunal cabreo que llevaba encima.

Entró casi corriendo, y sin pararse, fue saludando educadamente a todos los servidores de la ley con los que se iba cruzando por los pasillos, mientras decía bajito,
-Si yo hubiese tenido un poco de suerte, ahora, todos estos serían mis colegas, o mis subordinados, quién sabe. 
Y siguió su camino como si fuese un funcionario más hasta su objetivo, que no era otro que la oficina donde se encontraba destinado su mejor amigo, un  veterano agente con el que todos los días se pasaba un buen rato, comentando algunos de los actos delictivos que se cometían en la comunidad, especialmente los más significativos, que eran los que daban más pie a la especulación.
-¡Hola Jeremías, cómo va la cosa hoy!
-¡Hola amigo, pues no te lo puedes ni imaginar, estoy de trabajo hasta el cuello. Y si no fuera por mi…!
-¡Vamos, vamos, cálmate un poco y explícate hombre!
-Mira Blankete, para que te hagas una idea, algunos agentes están convencidos de que basta con que se denuncie el delito, porque de inmediato va a venir el delincuente de turno a entregarse voluntariamente, tú crees.
-¡Claro hombre, claro, esa es la teoría de los jóvenes, que se consideran muy listos porque han estudiado y lo cierto es que no tienen ni idea. Mira como nosotros, sin estudios de ningún tipo, sabemos que a un delincuente no le puedes dejar el coche abierto porque te lo desvalija, sin embargo, ellos creen que lo mejor para evitar que te roben el vehículo es dejárselo abierto y con las llaves puestas!
-¡Menos mal que estoy yo aquí, Blankete, menos mal, que si no..., ni te cuento!
-Después dicen que un hombre pierde la cabeza de pronto, mira, sin ir más lejos, ayer, se presentó un hombre totalmente desnudo en la comisaría y puso una denuncia contra otro señor, que según él, le perseguía con muy malas intenciones, porque, según su propio testimonio, el otro implicado le había sorprendido tomando unas copas con su mujer. Claro que lo que no dijo, es que lo sorprendió en la cama de la misma manera que se presentó en la comisaría, y que la mujer que lo acompañaba y que también estaba en cueros, era la mujer del otro, y para más cachondeo, la cama en la que los pilló era también del mismo incauto, que por lo visto, de lo único que se quejaba era del dolor de cabeza que le estaba produciendo el inesperado crecimiento de cuernos, y que como se descuide, le van a seguir creciendo en la cárcel.
-¡Es verdad Jeremías, la gente tiene un cinismo que es demasiado, y no me extrañaría nada que este pájaro del que me hablas quiera sacarle más tajada aún al asunto y culpe al pobre diablo del más que seguro constipado que va a sufrir por haberle hecho correr por en medio de la ciudad en pelota picada, o qué sé yo, de las purgaciones que contrajo el año pasado, y además de haberse beneficiado a su mujer gratis y en su propia cama, le saque ahora una sustanciosa indemnización por daños y perjuicios!
-¡Bueno, bueno, a mí no me gustaría estar en el pellejo de ese pobre hombre, porque ahora, lo mismo su arrebato le cuesta un pico, y un montón más de problemas, y estoy seguro de que esa menda no se lo merece por muy buena que esté!
-Menos mal que nosotros somos solteros y no nos tenemos que preocupar por esos problemas - dijo Rodolfo,  a la vez que se tocaba la frente con cuidado y de paso se alisaba el pelo para disimular.
-¡Sí, sí, fíate tú y veras. También el demonio era soltero y fíjate qué hermosos adornos le pusieron!
-Hace unos días, un individuo fue sorprendido en el interior de una vivienda después de forzar la cerradura, y portando varias bolsas llenas de objetos valiosos que había ido cogiendo de la casa. Como fue cogido con las manos en la masa por un agente de la policía, éste se lo llevó detenido a la comisaría para levantar la correspondiente denuncia y ponerlo a disposición judicial, y cuando se le preguntó qué era lo que hacía en una vivienda que no era la suya, respondió que, posiblemente se había equivocado de casa, pero al preguntarle por su domicilio, recordó que hacía mucho tiempo que carecía de lugar fijo de residencia. Pero es más, se le preguntó que para qué quería los objetos que llevaba en las bolsas y respondió que ya no se acordaba para qué las había cogido, porque periódicamente padece problemas de amnesia temporal, y que quizás esa era la causa de todo este malentendido. Eso sí, carecía de certificado médico alguno que confirmara la supuesta enfermedad mental, pero no obstante, él insistió en que era un hombre honrado que se ganaba la vida con el sudor de su frente, aunque tampoco se acordaba cuándo y dónde trabajó la última vez.
Y así se habrían pasado horas y horas, días y días sin parar, pero Rodolfo tenía que ir aún a la iglesia y cuando miró el reloj y vio la hora que era se despidió apresuradamente de su amigo,
-¡Anda, qué hora es ya? Hasta mañana Jeremías.
-Hasta mañana Blankete.
Salió de la comisaría bastante nervioso, y sobre todo despistado por la hora que se le había hecho, cuando escuchó un lastimero maullido a la altura de su pie izquierdo y casi al mismo tiempo un fuerte golpe en la pierna, y tuvo mucha suerte, de que aquel gato con el que, por supuesto, tropezó sin querer, se conformara con propinarle dos zarpazos y marcarlo de pantorrillas para abajo, dejándole rajada la pernera del pantalón, los calcetines, los zapatos, y ocho surcos sangrantes en la pierna.  Se quedó estupefacto mirando a aquel enorme gato negro que huía como alma que lleva el diablo después del destrozo que le había ocasionado.
-¡Esto es el colmo de la mala suerte, piso a un gato que además es negro, y no me ha comido porque seguramente no tenía apetito!
Y tan despistado iba refunfuñando por el desgraciado incidente que había sufrido con aquel salvaje animal, que se puso a cruzar la calle Galimatías sin mirar a ningún sitio, y no despabiló hasta que escuchó muy cerca de él, el tremendo bocinazo de un autobús de la E.M.T. (Empresa Municipal de Transportes), y dando un salto hacia atrás pudo esquivarlo por los pelos. Y allí se quedó, como si acabaran de plantarlo, durante unos largos minutos, verdaderamente pasmado por lo que pudo haber sido si no fuese porque aún se encontraba suficientemente ágil, pero sobre todo estaba muy alarmado por el más que aparente encadenamiento de sucesos peligrosos que le estaban ocurriendo.
Así y todo, una vez que se recuperó de la impresión, siguió su camino, esta vez poniendo mucha atención en cada paso que daba y llegó a la iglesia de la calle Consolación con grandes deseos de encomendarse a su patrona, la Virgen de los Milagros.
Tan ansioso iba, que al ir a mojarse los dedos en la pila de agua bendita, metió la mano hasta la manga de la chaqueta, y se enteró de ello porque al ir a santiguarse sintió una sensación fría y húmeda que le discurría por el interior de la manga de la chaqueta y le desembocaba por el sobaco. Se puso morado de rabia, pero se contuvo como él bien sabía hacer y como vio cerca un reclinatorio vacío, se lanzó hacia él y lo hizo con tantas ganas que lo corrió de lugar produciendo un desagradable chirrido en la silenciosa iglesia. Por supuesto, todos los asistentes volvieron la cabeza para mirar al individuo que osaba turbar la paz del santo lugar, y hasta el párroco le dedicó una mirada de reprobación que le hizo bajar la cabeza con la cara sonrojada.
Cuando tocó hacerlo, Rodolfo, se levantó del reclinatorio y se dirigió a comulgar, en cuyo momento el cura volvió a mirarle para que desistiera de su intención porque le constaba que no se había confesado, pero él se mantuvo allí reclinado, decidido, hasta que recibió el Santo Sacramento. Entonces volvió a su sitio murmurando,
-¡Qué pesado que es este cura. Mira que le he dicho veces ya que yo no me confieso porque Dios está en todas partes, y él sabe muy bien cuáles son mis defectos y mis virtudes, así que es sólo a él a quien me tengo que confesar y pedir que me perdone los pecados! ¿Además, si tengo sincero propósito de enmienda y me pongo una penitencia acorde a las faltas que cometo, qué más quiere?
-Admito que muchas de mis ideas son un tanto particulares en casi todos los temas de la vida, especialmente en lo que se refiere a las relaciones humanas y sus reglas de convivencia, pero eso ya lo saben los que me conocen y no entiendo por qué algunos como, por ejemplo, este cura, se empeñan en no respetármelas. ¡Qué poca tolerancia oye!
En cuanto terminó la misa, salió rápidamente de la iglesia, no fuese a ser que el cura lo llamase para volver a hablar del tema de las confesiones, así que recién comulgado y encomendado a la Virgen de los Milagros y aunque en otro caso se podría decir que estaba inmunizado ya contra la mala suerte que le confería el maldito martes 13, en el de Rodolfo había que ser más cauteloso, porque teniendo en cuenta el infortunado día que llevaba no podía fiarse demasiado y con mucho cuidado, casi parándose en cada esquina para mirar con precaución a lo ancho y largo de la calle, por fin consiguió llegar a casa sin más incidentes.
Se quitó la ropa, se puso el pijama y se hizo un sándwich, cogió una cerveza y se fue a la sala de estar donde tenía el ordenador y todo su enorme archivo parapolicial mientras iba comiendo por el camino. Conectó el ordenador y esperó unos instantes a que se cargara y enseguida que estuvo en condiciones para entrar en él, se dejó el sándwich y la cerveza en la mesa un momento mientras abría un archivo, y como estaba más pendiente del ordenador que de lo que tenía a su alrededor, al ir a coger la comida golpeó la botella de cerveza, con tan mala suerte que la derramó entera sobre el sándwich y todo lo que había por allí al lado, incluyendo, claro está, el equipo informático y rápidamente se lanzó a secar lo que pudiera con lo que pilló por allí, pero de inmediato recibió una descarga eléctrica que no lo dejó tieso de milagro, por medio del cual se provocó un cortocircuito con fogonazos intermitentes que ocasionaron el corte de energía y un pequeño incendio en el enchufe que se extendió rápidamente hasta la torre del ordenador. En cuanto las fuerzas se lo permitieron desconectó el equipo, pero ya era tarde para evitar el desastre, y aunque apagó el fuego con un extintor que tenía en casa, no pudo evitar la destrucción del disco duro, y como consecuencia todos los archivos informáticos que disponía. A oscuras, orientó sus pasos como pudo hasta la caja de distribución que tenía en la entrada de la casa y rearmó el diferencial que había saltado, y volvió con toda tranquilidad a la salita a terminar de secar con pañuelitos de celulosa la cerveza que quedaba en la mesa y sus alrededores, y mientras tanto dijo en voz alta para asegurarse de que era verdad que estaba allí.
-Yo creo que a pesar de todo he tenido suerte de contarlo y de que no haya ardido la casa, así que voy a hacerme otro sándwich, porque éste se ha quedado que ni para los pollos.
-Pero eso sí, está claro que hoy, se ha acabado el día para mí, por lo tanto, terminaré de cenar y me iré a la cama, que quizás sea la mejor idea que he tenido en todo este aciago día.
-Mañana, volveré a empezar a ordenar mis archivos, y quién sabe, si a partir de entonces cambia mi suerte y un milagro se da de bruces conmigo y consigo dar con la solución del caso policiaco más importante de la comunidad, y me transformo en un célebre personaje.


Fuentes

Libros
-Francisco Atanasio Hernández. El comisario Blankete y martes 13 (relato corto).
-Francisco Atanasio Hernández. Teresa Casta Amedias y otras minucias (conjunto de 11 relatos cortos).

Foto
-Francisco Atanasio Hernández.