El
día 20 de noviembre de 2000, a la misma hora que en la plaza de Oriente se
concentraba una centena de nostálgicos franquistas cantando el Cara al Sol con
el brazo derecho en alto, como todos los años, en los amplios salones de un
lujoso hotel de Madrid, también como todos los años, se daba cita una nutrida
representación de la crema y nata de la clase política y del gobierno de la
nación, junto con una centena de escritores y artistas de renombre invitados para
la ocasión por la Editorial Satélite, con motivo del fallo del jurado del
premio literario anual del mismo nombre, que cada año emite por estas fechas y
lanza al mercado global una obra escrita por un novelista conocido con
aspiraciones a marcar un récord en las ventas y obtener los máximos
reconocimientos y galardones internacionales de la especialidad en el menor
espacio de tiempo posible.
Foto: Francisco Atanasio Hernández
Tres señores diligentes, avispados y
neutrales, y otras tres señoras –para no ser menos- con rosarios en su agenda
pija, dedocráticamente designados todos para el caso, se montaron en el
tinglado del hotel a gastos pagados -porque a los miembros de los jurados de la
actualidad se les dota de todas las comodidades para que no echen nada en falta
y elijan acertadamente lo que más le conviene al mercado- y allí alumbraron su
lúcida parida literaria en forma de ingenioso veredicto, y después del
protocolario acto de salutación y agradecimiento a todas las personas de bien
allí presentes, políticos y autoridades incluidas, el señor presidente comenzó
a dar lectura del acta emitida por el memorable jurado:
“Nosotros los gurús del entorno
académico, ahora que aún tenemos calientes los dedos índices y todo lo demás,
autónomos e independientes de todo influjo terrenal como es lógico y obligado
en la ética de nuestra estirpe, excepto del brillo resplandeciente de las
monedas de curso legal que tan justamente nos hemos ganado con el sudor de la
frente, hemos decidido con toda justicia, sabiduría y lealtad, concederle el
Primerísimo Premio que tanto se ha merecido al mejor libro de desamor que jamás
se haya escrito, y cuya autoría corresponde a la fantástica e inimitable
periodista y noveladora Angelita”.
¡Loor y gloria al genio de la literatura contemporánea! -gritaron
todos al unísono.
Y un instante después de su proclamación, subía ella rebosante de
alegría al azaroso estrado a recoger su fabuloso premio en forma de cheque con
muchos ceros detrás de un tres, toda vestida de impoluto blanco cual inocente
novia el día de su boda, cogida del brazo de un guapo morenazo del Caribe, en
elegante traje de etiqueta embutido, de quien se cuchicheaban chismes de
diversa índole en el bullicioso mundillo de los yupis y las mujeres repipi,
entre los que destacaba la extraordinaria dimensión de su pluma y la placentera
destreza en su utilización, más que nada por pura envidia, según se podía
deducir de las numerosísimas miradas libidinosas que maliciosamente le dirigían
la mayoría de ellas y bastantes de ellos.
Innumerables flashes destellaron enseguida con la pretensión de captar
la mejor imagen para ilustrar las páginas de información cultural de los
periódicos del día siguiente, y sobre todo las portadas de la prensa rosa del
momento, que siempre está ávida de caras bonitas y gente bien. Y empezaron a
hacerse sitio las imágenes enternecedoras de besos, abrazos, apretones de
manos, y lágrimas de emoción de los numerosos amigos y amigas que se acercaban
a saludar a la estrella con una copa de champagne en una mano y un canapé de
rico caviar de esturión en la otra.
Y allí posaron con la distinguida novelista, por orden de importancia,
el señor editor, todos los miembros del jurado, muchos artistas de primera
línea, un bigote de ultratumba a un señor político pegado, su mejor amiga la
Condesa de la Bodeguilla, que también quería testimoniar la inquebrantable
amistad que la unía a la elegida, e inmortalizar tan emotivo momento se unió a
ella más encopetada que nunca, y mucha otra gente dedicada al noble y altruista
quehacer de la política, los negocios, y otras actividades no menos generosas,
aunque eso sí, siempre de derechas como Dios manda.
Cuando al poco se dio la señal de iniciar el convite, se empezaron a
dar lugar los primeros y más importantes diálogos intelectuales que
habitualmente surgen al calor del entusiasmo por las artes de invitados tan
distinguidos y sobresalientes en educación y cultura.
-Mire usted, mire qué buena pinta tiene esta cigalita de ojos
saltones.
-Sí que parece que es de una especie muy selecta sí, pues se diría que
lo ha elegido a Ud. y se le acerca dócilmente y sin rechistar.
-¡Huy! qué emoción, con lo deliciosas y nutritivas que son las huevas
de esturión me voy a poner las botas.
-Efectivamente, el caviar es un manjar exquisito y este parece ser
auténtico ¡eh!
-Sinceramente, creo que no hay nada como conocer las propiedades de
los alimentos más refinados.
-Hablando de calidad, pruebe Ud. una rodajita de pulpo a la gallega y
verá qué delicia culinaria.
-Pues sí que tiene Ud. buen paladar sí. Espero que este selecto Rías Baixas
le sea también del mismo agrado, porque lo que es a mí me parece un vino
exquisito.
Y así, poco a poco, entre unos y otros, los comensales fueron
desgranando cada una de las partes más importantes de la literatura universal,
y acabando con todos los argumentos literarios de la cocina nacional
seleccionada para el caso, mientras estiraban con verdadera maestría los
bigotes a los mariscos del Mar del Norte, bien regados como es natural con
caldos con denominación de origen, reservados para estas ocasiones especiales
de dignificación personal y colectiva de la crema y nata de la sociedad.
Todos, absolutamente todos los asistentes se emborracharon de gloria,
y de alguna copita de más, aunque esto último nunca lo han querido reconocer,
porque querían dejar constancia de su digna presencia en el magno
acontecimiento con la mayor sobriedad posible, y sin que para nada constara que
alguien se pasaba de una raya.
Y fue en ese lugar de debate intelectual con los más ricos manjares
imaginables por en medio, donde se determinó qué escritor podía ser el poeta
del momento, o el historiador más preciso y documentado que acompañara en las
páginas culturales de los diarios del día siguiente a la flamante novelista de
moda.
A esa misma hora, en la plaza de Oriente los nostálgicos de Franco
entonaban una de sus canciones favoritas “Cara al sol con la camisa nueva…”,
con el brazo derecho extendido al frente con vehemencia, y tensos y emocionados
los vivales camaradas, dejaban resbalar algunas lágrimas incontenibles de reconocimiento
al turbio currículum del dictador muerto, seguramente gracias a la providencia,
porque si no, yo no podría contarlo como es fácil de comprender.
Dicen algunos que han podido llegar a ella, que la gloria es algo del
más allá, aunque los más entendidos creen que lamentablemente es intangible, y
sin embargo ésta de la que hablamos ahora se podía palpar, valorar en euros y
hasta pesar en quilates.
Sin embargo, un aciago día después de tan magno acontecimiento,
Angelita tuvo que enfrentarse a lo efímero de la gloria y bajar a la cruda
realidad y a la bomba informativa en que alguna prensa convirtió la noticia de
que la obra premiada sólo era una copia mal hecha por alguien con pocas luces,
y que algún malintencionado enemigo del arte literario divulgó a los cuatro
vientos para desprestigiarla, y fue entonces cuando comenzaron las
lamentaciones de la experta transcriptora elevada a la condición de excelente
literata.
-¡Qué desgracia, qué enorme pena, qué impresionante bochorno, qué
infamia, en un instante se escurrió por el sumidero toda la gloria terrena que
con tanto esfuerzo y oficio había conseguido, pues dicen ahora mis colegas de
la prensa que la obra es sólo un plagio, que es impropio de personas de bien, y
que además carece de solera!
-¡Es tremendo, cuánta gente bien nacida, exquisitamente educada e
incluso hermosa, se ha pringado hasta las cejas en esta inquisitorial
horterada, en que algunos que decían ser amigos han convertido mi éxito y ahora
me desnudan y dejan en bragas en la adversidad!
Y menos mal, -se oía decir en
círculos reducidos de la intelectualidad que no estuvo en la fabulosa entrega
de premios -que los mismos santos varones de siempre que anteayer aplaudían
desaforadamente, no la han abandonado todavía y apuntan ahora al unísono con la
remilgada escritora, que creen que fue un negrazo sin licencia quien penetró el
ordenador con su potente y virtuoso instrumento sin que apenas le ofreciera
resistencia, y usando su gran destreza por el espacio interior sembró de dudas
y de cizaña los sensibles campos del desamor empapándolos de amargo sabor a
hiel.
Sin embargo, Angelita se equivocaba porque pronto empezaron a decir
los sabios y sabias de turno del jugoso mundo de las letras, que primero
ensalzan a cualquiera y después si lo precisan lo apedrean, que negros como
aquél siempre los hubo con el cerebro en la entrepierna. Y dicen que lo
esencial no es el color de la piel, que hay blancos con el mismo espíritu de
esclavos, que trabajan de modernos gladiadores entre las sombras de tenebrosas
buhardillas para el mercado literario global con la mano en la bragueta, y
alquilan sus menesterosas plumas al servicio de perversos y ambiciosos personajes
de la farándula que pretenden recuperar su virginidad, perdida en el alambre,
quién sabe cuánto tiempo atrás, publicando sin recato sus fantásticas historias
copiadas en internet, en famosas y enternecedoras editoriales de color rosa.
Dicen también, las muy juiciosas molleras del tendido, que quien se
compre un negrito de esos que asuma las consecuencias de apalancárselo a
ciegas, pero que no hay por ello que perder la compostura, ni la razón, ni los
euros ganados en la aventura, y que en todo caso, sí que sería conveniente
realizar una delicada reflexión de todo lo sucedido, sin que ello tenga que
suponer juzgar y castigar actitudes no compartidas.
Y sin demorarse un solo segundo más emitieron un comunicado público de
solidaridad con la escritora:
“Antes que nada hay que ser generosos en tolerancia y respeto a la
estrella literaria y sus padrinos que avalan y exponen su prestigio y algo del
dinero que no ha sido posible sacar de las arcas públicas, porque ni es
comisión de falta ni mucho menos delito, por lo menos cuando se trata de tan
nobles y pulcras personas como las que tratamos ahora.
Que nadie se espante, señoras y señores bien nacidos, que estas cosas
suelen ocurrirle con cierta frecuencia a las gentes más honestas del orbe, que
inocentemente se aventuran por los indefinidos espacios de la cibernética sin
tomar las debidas precauciones. Nada de pedir disculpas, ni sufrir vergüenza ni
gaitas, pero eso sí, toda la pasta obtenida guardarla bien en la faltriquera,
que no se enfríe, que el dinero frío pierde valor en los mercados financieros.
Déjenlo en nuestras manos y no se preocupen por nada los señores y
señoras de postín ¡Tranquilidad en la cultura y en las letras!, que ninguna
gente de bien puede ser responsable de los fallos de la ciencia, pues la
castiza e ingeniosa escritora solamente navegaba por el mar de la inocencia,
cuando se encontró a las musas danzando en la cibernética y vino una mano negra
a meterse en su novela. Por lo tanto, Angelita, debe de soltarse la cabellera y
echarse el mundo a la espalda, que la vergüenza no es noble si no se tiene una
importante cuenta corriente donde se sienta abrigada”.
¡Qué gente tan diligente y entendida! ¡qué doctos en esta intelectual
materia! ¡qué fuente tan distinguida dimana de las seseras de los amos de la
lengua!
Aunque ya quedaba poco consuelo para la magna novelista, pues la moral
y la fama como escritora estaban hechas
trizas, y sin estridencias, ni desasosiego ante su distinguido y amable público
rosa en general, deambulaba por los despachos de sus poderosas e influyentes
amistades clamando justicia.
¡Ay, virtuosa Virgen de la Almudena!, patrona de la capital del arte,
de los pícaros y de la comedia, hazme un sitio en tu regazo, protégeme de esta
cruel tormenta de celos y de envidias en cadena.
¡Ay, poderoso señor de la tragedia!, ayúdame en este desagradable
trance y sácame del oscuro agujero en el que he caído contra mi voluntad.
¡Ven en mi ayuda amiga Condesa de La Bodeguilla! ¡Que venga a mí la
Legión!, que el culpable es sólo un negro que me ha traído la negra con su
atractivo aguijón.
¡Ay, queridas amigas progresistas! ¡ay, mujeres de buen ver! ¡ay,
mujeres feministas! ¡ay, mujeres de fama y cartel!, echarme una mano ahora que
todo me sabe a hiel, y poner al negro a la altura de la suela de mis pies.
Fuentes
Libros
-Francisco Atanasio Hernández. La culpa la tuvo la mano negra del negro (relato corto).
-Francisco Atanasio Hernández. Teresa Casta Amedias y otras minucias (conjunto de 11 relatos cortos).
Foto
-Francisco Atanasio Hernández.
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